Señoras y señores, hablemos con la verdad. La pasión que sienten por sus hijos y por el fútbol es innegable. Se agradece. Pero seamos honestos: esa misma pasión, mal canalizada, se está convirtiendo en el mayor obstáculo para el desarrollo de los niños.
Vamos a dejar algo claro desde el principio. El objetivo del fútbol a los 8, 10 o 12 años no es fabricar al próximo campeón del mundo. Es usar el deporte más hermoso que existe como una escuela de vida.
Cada fin de semana veo el mismo patrón: padres bien intencionados que se transforman en «directores técnicos de grada». Gritan, exigen y presionan a niños que apenas están aprendiendo a amarrarse las agujetas. ¿En serio pensamos que gritando «¡Más rápido!» desde la banda vamos a pulir a la próxima joya del fútbol mexicano?
Esa presión por el resultado inmediato es un espejismo. El verdadero trofeo que se llevan los niños del fútbol formativo no es de metal ni de plástico, es invisible y dura para siempre. ¿Quieren saber qué es lo que realmente ganan?
- Disciplina y Rutina: Aprender que hay horarios para entrenar, que hay que prepararse para un partido y que el esfuerzo trae recompensas. Eso sirve en la cancha, en la escuela y en el trabajo.
- Compañerismo Real: Entender que para brillar, necesitas que tu compañero también brille. El fútbol les enseña a colaborar, a confiar y a apoyarse. Una lección que a muchos adultos se les olvida.
- Aprender a Perder (y a Levantarse): Sí, perder es fundamental. Les enseña humildad, a reconocer los méritos del rival y, lo más importante, a tener la fortaleza para volver a intentarlo la siguiente semana. Un niño sobreprotegido del fracaso es un futuro adulto frágil.
- Diversión y Pasión: ¿Lo más importante? Que el niño se divierta. Que ame tener un balón en los pies. Si le quitan la alegría al juego, le quitan todo. La obligación mata la pasión.
Estos son los hechos. Lo demás es un bonito pasatiempo que se queda en la anécdota.
La Guía Rápida del Francotirador: ¿Cómo saber si su hijo está en el lugar correcto?
Olvidémonos de si el equipo ganó la copa de verano. Para evaluar si una academia o un entrenador valen la pena, fíjense en lo que de verdad importa. Aquí les doy unos tips claros y directos:
- 1. ¿Qué corrige el Entrenador? Pongan atención a las indicaciones del técnico. Si la mayoría de sus gritos son sobre el resultado («¡Vamos a empatar!», «¡Hay que ganar!»), mala señal. Un buen formador se enfoca en el CÓMO: «Controla con la pierna izquierda», «Levanta la cabeza antes de pasar», «Perfila tu cuerpo». Busca el desarrollo, no la victoria a cualquier costo.
- 2. ¿Cómo son los Entrenamientos? Un partido es el examen, pero el entrenamiento es la clase. ¿Las sesiones son dinámicas y con mucho contacto con el balón? ¿O se la pasan corriendo alrededor de la cancha? Un buen entrenamiento prioriza la técnica y la toma de decisiones en espacios reducidos.
- 3. La Famosa «Prueba del Coche»: Es el termómetro más honesto. Al salir del entrenamiento, ¿su hijo les platica con emoción lo que hizo? ¿Les cuenta del gol que metió un compañero o de un regate que intentó? Si se sube al coche en silencio o con cara de preocupación, es una alerta roja. El miedo al regaño es el peor enemigo de la creatividad.
- 4. ¿Juega Siempre en el Mismo Lugar?: A edades tempranas, la especialización es un error. Un buen formador rota a los niños, les permite experimentar en defensa, en el medio y en el ataque. El objetivo es que entiendan el juego de forma integral, no que se conviertan en «el mejor lateral derecho de 9 años».
El Veredicto Final
El mayor rival de un niño futbolista no siempre está en el otro equipo. A veces, sin querer, está en su propia grada. Su papel como padres es fundamental: sean la porra, no el entrenador; sean el apoyo, no la presión.
Aplaudan el esfuerzo más que el gol. Valoren la valentía de intentar una jugada, aunque no salga bien. Fomenten el amor por el juego.
La misión es formar grandes personas y, si el destino y el talento lo permiten, grandes futbolistas. En ese orden. No hay más.